Hoy, en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, nos enfrentamos a la cruda realidad de la opresión estructural que persiste en nuestras instituciones, comunidades y hogares. La violencia no conoce límites, manifestándose en ámbitos cotidianos, políticos y profesionales, donde el desarrollo de la mujer sigue siendo sofocado por estructuras que perpetúan la desigualdad.
En el escenario político, las mujeres no solo se enfrentan a la brecha salarial, sino también a un muro invisible de prejuicios que obstaculizan su avance. Las estructuras arcaicas, arraigadas en el machismo, han convertido la participación femenina en una batalla cuesta arriba, llegando incluso a ser perseguidas y acorraladas mediáticamente por permanecer en puestos relevantes.
El sistema educativo, en lugar de ser neutral, refuerza los estereotipos de género, distorsionando oportunidades y expectativas desde las aulas. Es hora de desafiar el status quo y construir un entorno educativo que nutra el crecimiento equitativo de todos, desmantelando la maquinaria que perpetúa la discriminación.
Profundizando en la realidad del movimiento indígena, nos encontramos con la dolorosa verdad de la violencia física, psicológica, económica y política infligida a las mujeres. Aquí, las luchas se entrelazan, y las mujeres indígenas enfrentan una doble opresión, lidiando con la discriminación de género y la marginación étnica. Urge abordar estas injusticias desde nuestras organizaciones de base, la política, el gobierno y nuestros hogares, con urgencia y solidaridad.
Hoy, nuestro llamado es a la acción colectiva. Debemos elevar nuestras voces con más fuerza que nunca, denunciando la violencia que se perpetra en cualquier ámbito. Es momento de desmantelar las estructuras de opresión, construir un futuro donde la igualdad sea innegociable y erradicar el sistema patriarcal que limita nuestro potencial. Juntas y juntos, podemos forjar un mundo donde la no violencia sea la norma, no la excepción.